A continuación podéis leer una entrevista con Manuel Moyano que apareció hace un tiempo en EL COLOQUIO DE LOS PERROS (elcoloquiodelosperros.net) con motivo de la edición de "La coartada del diablo", novela que fue premiada con el premio de Tristana de Novela Fantástica en 2007. Ya que en la entrevista el autor también habla de sus cuentos y acerca de diversos aspectos de su creación, creo que puede ser interesante recuperarla ahora aunque ya haya pasado un tiempo de su publicación en la citada revista. De todos modos, en la siguiente entrada aparecerán algunos links con otras entrevistas más recientes a Manuel Moyano.
Aquí tenéis la entrevista (que agradecemos al COLOQUIO DE LOS PERROS que nos deje reproducirla).
ECDP - Hablemos de todo un poco, de tus cuentos, de la narración breve en general, de tu novela La coartada del diablo, de la literatura, de cosas que se salen de la realidad, que se adentran en el misterio, en el territorio de lo fantástico… Empecemos. Muchas veces tus cuentos presentan personajes y situaciones en las que los protagonistas escapan de la realidad que les rodea. Parece un mecanismo que aflora en tus narraciones, algo que ya forma parte de tu obra. Esto es algo que sucede en relatos como “Sixto y el Spitfire” o con el protagonista de “El hombre de Marte”, cuyo mayor sueño desde la infancia era el de ser astronauta. También es el mismo caso que tiene lugar en el cuento de la mujer fecundada por un pez cuyo hijo quiere perderse en el mar. Esta fuga (o, simplemente, desviación respecto a la realidad cotidiana) puede ser consciente (como la del hijo de la mujer fecundada por el pez) o no buscada (como sucede en el caso de Sixto que, finalmente, es feliz). ¿Puedes decirnos algo al respecto?
MM - A menudo ocurre que uno no es enteramente consciente de lo que le mueve a escribir, de los temas que son recurrentes en sus propios textos. Esto es lo que me pasa ahora ante tu pregunta. Veo que es cierto, que muchos de mis personajes buscan fugarse de la realidad cotidiana. Quizá sería demasiado fácil responder que eso corresponde a mis propios anhelos. O quizá no. Creo que, en alguna medida, todos tendemos a huir de lo rutinario, de lo previsible, de las convenciones que nos atan. Aunque sea un lugar común decirlo, probablemente la literatura cumple esa función, tanto para quien la escribe como para quien la lee. En mi caso, siempre he pensado que, si la literatura desapareciera de mi vida, sucumbiría inmediatamente. No podría conformarme con llevar una existencia digamos normal, consistente en ir al trabajo todas las mañanas, atender las cuestiones del hogar, llevar a mis hijos a este o tal lugar. La mayoría de la gente parece ser feliz así, conformarse sólo con eso. Por suerte o por desgracia, yo no puedo. Me imagino que el psicoanálisis tendrá alguna explicación para eso. En cualquier caso, se lo habré contagiado a mis personajes (aunque esa expresión, “mis personajes”, me parece un poco pretenciosa).
ECDP - Siguiendo con la idea anterior, parece común en muchos de tus personajes que éstos quieren cambiar su vida, estar lejos de los hombres o, incluso, dejar de ser humanos (Por ejemplo: “La doble vida de Medardo”). ¿Qué piensas de las de las huidas hacia otros planos, hacia otras realidades?
MM - Sin llegar a la pura misantropía, creo que yo también necesito distanciarme a veces de mis congéneres. Supongo que todo el mundo o que mucha gente lo necesita. Nuestra existencia es esencialmente absurda, y a menudo nos vemos obligados a representar un papel que quizá no hemos elegido, que nos ha venido impuesto. El mero de hecho de estar vivos nos ha venido impuesto. Por eso, a veces deseamos salir del escenario y quedarnos un rato tomando el fresco entre bambalinas. No sé si eso ha contestado exactamente a tu pregunta.
ECDP - En tus cuentos también suele ocurrir que los personajes más apegados a lo terrenal suelen echar por tierra los sueños y las ilusiones de quienes tienen más facilidad de trascender y encontrar otras realidades, de ir más allá de la realidad cotidiana. Éste es el caso del protagonista ciego, paralítico y castrado de “El oro celeste” que acaba muriendo con las manos repletas de polvo dorado y que sucede, precisamente, después de tener una especie de viaje astral. En este caso el protagonista se va al encuentro de ángeles y arcángeles animado por sus familiares que sólo ven en esto la posibilidad de enriquecerse. Éste es un ejemplo claro de cómo la gente más terrenal, más apegada a lo material, termina interfiriendo en la existencia de estos personajes “iluminados” [Por cierto, ¿qué te llevó a escribir este relato?].
MM - Creo que hay dos tipos de seres humanos: los entregados al materialismo más burdo, y aquellos que tienen la capacidad de asombrarse ante el universo que nos rodea, es decir, los que pueden sustraerse a la realidad más inmediata y ver las cosas desde fuera: vivimos en un universo inabarcable, estamos hechos de materia corruptible, cuanto hagamos terminará disolviéndose en la nada y el olvido... Todo esto resulta tan deprimente como fascinante, pero los humanos del primer tipo parecen no ser demasiado conscientes de ello. Y si lo son, lo disimulan muy bien.
No me atrevería a afirmar que cualquiera de esas posturas frente a la vida sea superior a la otra, ya que a la postre, como bien dijo Bukowski, todos los movimientos que hagamos sobre el tablero nos conducen al jaque mate. En todo caso, mi intención al escribir este cuento era contraponer ambos tipos de individuos.
ECDP - Retomando el tema del cambio de realidades: ¿crees en los viajes astrales, en alguna forma de conectar con otras dimensiones? (Si así lo deseas, no hace falta que respondas a esta pregunta, no es necesario que El Coloquio de los Perros empiece a parecerse a la revista Más Allá por mi empeño personal).
MM - Mi escepticismo respecto a las hipótesis que propala el esoterismo es absoluto. No creo en viajes astrales, ni en telepatía, ni en telequinesis, ni en espíritus ni en nada que se le parezca. El universo tal como es ya es bastante asombroso de por sí. Otra cosa es que, en el plano científico, sí llegara a descubrirse el modo de conectar dimensiones (los agujeros de gusano y todo eso). El esoterismo sólo me interesa en cuanto que materia literaria, como argumento de ficción. Por esa razón, precisamente, no desdeño ver el programa Cuarto Milenio o leer la revista que citas, Más Allá: son una fuente inagotable de ideas.
ECDP - Volvamos a la tierra y a las páginas que escribes. En tus cuentos, haces claro elogio y exaltación del diferente, del individuo que se desmarca. Como ejemplo las líneas finales de “Retrato de un monstruo” (en este relato el protagonista padece un extraño Síndrome de Simetría Invertida: tiene la posición de las manos y pies invertida, con los pulgares hacia fuera). Transcribo el fragmento: “Estoy orgulloso de ser como soy; no me molesto en esconder mis manos delante de nadie, y calzo los zapatos al revés de todo el mundo, sin complejos. Mi esposa (lo he dicho ya) espera un hijo. Sé que ella teme, secretamente, que nuestro vástago pase a engrosar la lista mundial de afectados por el Síndrome de Simetría Invertida. A mí no me importa. Yo le enseñaré que un hombre debe afrontar valientemente su destino y no dejarse arredrar ni vencer por la incomprensión de sus compañeros de especie”.
MM - Ese cuento tiene un final optimista que no me es muy propio. Parece casi una moraleja. El sentido está claro: no hay que tener miedo de ser diferente. Esto es algo que lleva tiempo aceptar. Por ejemplo, puedes estar rodeado de gente a la que le guste hablar de fútbol o de las rencillas entre Hamilton y Alonso, cuando a ti todo eso te importa un pimiento. O gente cuya gran pasión sea hablar de oportunidades de inversión inmobiliaria. Uno puede llegar a sentirse raro al comprobar que esos temas tan generalizados le aburren, que incluso le asquean. Es cuestión de pensar que, en realidad, los raros son los otros por ocupar su cerebro en semejantes cosas.
ECDP - ¿Qué opinión te merece la obstinación por la uniformidad en el mundo que vivimos? Hay casos tristes en los últimos tiempos. Hace poco leía en un suplemento dominical de un periódico que los padres llevan cada vez más a sus hijos al psicólogo o al psiquiatra para que les receten psicofármacos con el fin de que sus hijos sean normales, para que sean aplicados, para que no parezcan vagos o presenten lo que hasta hace poco había caracterizado a un niño despistado (ahora lo llaman déficit de atención con hiperactividad…). Parece que es necesario acabar con las diferencias desde la infancia.
MM - Esto enlaza con la pregunta anterior. Todos los seres humanos tienen la necesidad de ser como los demás, de no disentir del grupo en ningún aspecto. Borges, en su cuento “El Hacedor”, supone que Shakespeare comprendió en algún momento “que un individuo no debe diferir de su especie”. Nadie está exento de tal necesidad, que es más acusada durante la adolescencia. En mayor o menor medida, todos la vamos superando, pero nunca nos libramos por completo de ella. Respecto a la sobreprotección de los padres que comentas, me parece absolutamente repulsiva. Tengo dos hijos y nadie podrá acusarnos a mi mujer o a mí de caer en tales mamarrachadas, y no creo que nuestros hijos tengan queja de nosotros. Un cuento muy ilustrativo de esa actitud por parte de algunos padres es “Sangre de nuestra sangre”, de Sergi Pàmies, que la ridiculiza por reducción al absurdo.
ECDP - ¿Crees que el cuento es un arma válida para combatir la homogeneización del mundo contemporáneo?
MM - Creo que el cuento sólo es un arma válida para pasar un buen rato, para sentir placer, como tantas otras cosas en esta vida. En cierto modo, el que se acerca a ciertos autores ya tiene en sí la semilla de la anti-homogeneización, y el que propende a lo homogéneo nunca se acercará a un cuento o, si lo hace, no comprenderá su sentido último. Por tanto, el cuento no cambiará nada.
ECDP - Y ahora volvamos a tus historias. Considero que tus cuentos son de una construcción perfecta: se dirigen hacia un desenlace tal que convierten su lectura en una experiencia fluida, que no se detiene. Los argumentos se escapan del convencionalismo realista y esto puede hacer que algunos lectores/ críticos / escritores puedan considerarte un autor no serio, un buen fabulador que tan solo crea artefactos parecidos a un juguete. ¿Qué puedes decir al respecto?
MM - En primer lugar, te agradezco los elogios que me haces. En cuanto a lo demás, te diré que el realismo plano y convencional me aburre mortalmente. No el realismo en sí, se entiende: recientemente he disfrutado con dos novelas bien realistas: El gran Gatsby y El quinto en discordia. Ambas son obras maestras. También podría citar muchísimos libros más, como El cuaderno gris, el dietario de Pla, que estoy leyendo ahora mismo y que no tiene nada de fantástico (salvo que consideremos fantástico el universo en su globalidad). Pero muchos escritores, especialmente españoles, no saben ser realistas sin aburrir, sin parecer de cartón piedra y sin resultar (a mi entender) un poco simples. No digo que estos escritores, los lectores que los frecuentan y los críticos que los elogian estén equivocados, porque todo o casi todo es relativo, pero en cualquier caso quedan fuera del ámbito de mi gusto personal. Si resulta que soy un mero fabricante de juguetes, tampoco es un destino que me desagrade. Pese a ello, te diré que todas las críticas que he cosechado hasta ahora en la prensa nacional son bastante favorables: no estoy enemistado con la crítica, ni mucho menos.
ECDP - Siguiendo con este tema, ¿no crees que en España el canon literario está muy afectado por el realismo y desdeña las propuestas de carácter fantástico?
MM - Por alguna misteriosa razón, la literatura fantástica ha sido denostada en España desde sus orígenes. No hay más que comparar las literaturas fundacionales de cada país. Aunque no hablemos exactamente de la misma época, pensemos en los países norteños: el ciclo artúrico, la materia de Bretaña, Beowulf: todo ello abunda en elementos fantásticos. Nosotros, en cambio, tenemos el Mío Cid, que es de carácter absolutamente realista. A lo largo de la historia de la literatura española, esto apenas ha cambiado, con la sola excepción de Bécquer. En realidad, muchos autores han practicado lo fantástico, pero siempre en relatos, como si no fuera algo lo bastante importante como para dedicarle una novela. En cambio, entre los anglosajones tenemos obras como Los viajes de Gulliver, Frankenstein, El doctor Jeckyll y Mr. Hyde, El retrato de Dorian Gray, Drácula, La guerra de los mundos o El Señor de los Anillos. Muchos de los personajes que las protagonizan se han convertido en iconos de la cultura mundial. Jamás hubieran podido ser gestados en España, porque aquí somos tan serios y afectados que todo eso se considera una patochada. Ignoro las causas. Quizá el gusto de otras naciones por lo fantástico tenga algo que ver con la mentalidad celta: sin salir de nuestro país, vemos que una región de fuerte sustrato celta como es Galicia ha dado lugar a Cunqueiro, a Méndez-Ferrín y a tantos otros. Por fortuna, los sudamericanos, que han bebido de la tradición europea y se han saltado España, han introducido lo fantástico en la literatura de nuestro idioma sin por ello perder prestigio: Borges, Bioy Casares, García Márquez o Cortázar constituyen argumentos más que contundentes. Muchos escritores españoles de la actualidad han bebido de tales autores, con lo que es posible que, a la larga (salvo que se trate de una cuestión de orden genético), se consiga darle identidad a la literatura fantástica en nuestro país. Seamos optimistas.
ECDP - En este sentido, ¿qué opinión te merecen las narraciones breves de Ángel Zapata que, por ejemplo, en algunos relatos de “La vida ausente” tienden a escorarse hacia lo surrealista e irracional?
MM - Ángel Zapata es un autor de un lenguaje muy trabajado y preciso y de una gran imaginación, que repudia con especial vehemencia los convencionalismos y las concesiones que muchos escritores hacen al mercado. Entre sus cuentos se encuentran piezas magníficas, animadas siempre por una perspectiva surrealista del mundo, porque Zapata sabe ver lo que de surrealista hay en la realidad cotidiana. En su última obra, ha llevado esta postura más allá, apostando claramente por lo irracional, que no quiere decir por lo caótico, puesto que sus historias siempre están muy bien trabadas. Somos amigos: le he comentado en alguna ocasión que con esa línea va camino de conseguir su objetivo: alejarse completamente del mercado. Él se muestra ufano por eso, lo que es prueba de una envidiable coherencia artística. Por mi parte, reconozco que no incluyo entre mis pretensiones la de darle la espalda al gran público.
ECDP - Sin duda, en España contamos actualmente con narradores que se dejan la piel en el cuento. Y lo hacen adoptando discursos muy diferenciados. ¿Crees que hay conexiones entre las obras de gente tan dispar como Hipólito G. Navarro, Eloy Tizón o el “best seller” Sergi Pàmies? (Es curioso que, en muchos círculos, este último sea denostado, ¿tendrá algo que ver que venda más que los demás?)
MM - Como bien dices, no todos los escritores de relatos están en la misma cuerda (a fin de cuentas, el relato es sólo un formato), pero sí creo notar cierta conexión entre los tres que me citas, sobre todo entre el primero y el último: la extrañeza, el humor, un vago aroma kafkiano, cierto gusto por lo insólito, una ambientación urbana o cotidiana. Me sorprende, por otro lado, que, según comentas, Pàmies sea denostado en ciertos círculos. Basta con leer sus libros para encontrar en ellos relatos absolutamente magistrales. Sería terrible que en un mundo tan pequeño como el de los cuentistas surgieran envidias ante el éxito de uno de sus cofrades, cuando el hecho debería ser celebrado por todos.
ECDP - ¿Crees que el cuento es el laboratorio de pruebas más interesante que hay en estos momentos en el panorama de la narrativa en nuestro país? (Hay quien sostiene que tanto creadores como lectores de este género son la gente más desprejuiciada en el mundo de las letras actual, ¿piensas lo contrario…?)
MM - Este asunto daría para escribir un tratado. Andrés Neuman sería una buena referencia para hablar de ello. Él ha negado que el cuento sea meramente un laboratorio de pruebas para alcanzar otra meta (la novela), y sostiene que el cuento es un fin en sí mismo. Yo estoy de acuerdo. En cuanto a que los lectores y escritores del género tengan una mirada más abierta, lo veo más que probable. Quizá porque la novela se escribe más en función del mercado y, por tanto, tiene que ajustarse a mayor número de convenciones. En el relato, en cambio, uno es más libre, puesto que ya cuentas con el fracaso: por mucho que se venda tu libro, no lo leerán más de mil o dos mil personas.
ECDP - A ver, algo más directo: ¿Te consideras un escritor seguro o inseguro? ¿Cómo es el proceso creativo, en tu caso, de un libro, de un cuento, de una novela? ¿Está todo planificado o dejas muchas cosas al azar?
MM - Te diré, sin rodeos, que me considero un escritor inseguro. Si no fuera así, mi producción sería mucho más extensa y tal vez fabricaría novelones de trescientas páginas. Pero constantemente pongo en tela de juicio todo cuanto escribo; en realidad, si no fuera por las reacciones positivas de algunos lectores a mis manuscritos, y por los premios recibidos, nunca hubiera osado publicar. Juzgaría que todavía no he alcanzado la calidad deseada.
En cuanto al proceso creativo, no es fácil de describir, y no siempre es el mismo. Al principio, si me surgía una idea con la suficiente fuerza, me ponía de inmediato a escribirla, aunque luego tuviera que desechar buena parte de los relatos escritos. Ahora tengo más tendencia a apuntar esa idea y dejarla para otro momento, permitir que fermente en mi interior. Digamos que administro con más cuidado mi energía creativa, lo cual, probablemente, sea peor. Suelo tomar muchas notas: de lo que se me ocurre, de lo que leo, de lo que escucho, de lo que veo, y durante el proceso creativo hago abundante uso de ellas.
Para decidirme a contar una historia necesito tener agarrada la cuerda por los dos cabos: es decir, haber encontrado el tono con que empezarla (creo que escribir se parece a componer música) y saber cómo acabarla. También parto de algunas ideas puntuales sobre el desarrollo. El resto es una mezcla de improvisación y de la propia autofecundación del lenguaje, como diría Umbral; todo ello auxiliado por frecuentes visitas al cuaderno de notas.
ECDP - Hablemos un poco del libro galardonado con el premio Tristana de novela fantástica. Después de charlar con algunas personas que han leído “La coartada del diablo”, llego a la conclusión de que muchos lectores de la misma sienten que el final del libro termina por convertirse en una solución, por decirlo de alguna manera, fácil. Es decir: el ritmo narrativo se mantiene a lo largo de toda la novela pero al llegar a las últimas páginas parece que el desenlace estuviera a un nivel inferior respecto al resto de la obra. ¿Sientes o piensas que sucede algo así?
MM - Algunos lectores me han dicho que les ha entusiasmado el final, lo que vendría a corroborar que todo en este mundo es subjetivo. Esta novela tenía una dificultad en sí misma: realizar la transición desde el tono rural y esperpéntico que domina casi toda la narración, al de pura novela fantástica, que constituye el final. Si lo que dices es cierto, es posible que no lograra hacerlo con la suficiente destreza, o que, en algún momento, me cansara de la historia y me precipitara en acabarla. También te confesaré que, debido al lastre realista que padecemos en España, me sentía un poco avergonzado de desarrollar un argumento fantástico, y a lo mejor eso me hizo perder el tono. Albert Sánchez Piñol también me ha señalado lo que tú dices, y afirma que se trata de una cuestión estructural. Necesito tener la distancia suficiente respecto al libro para apreciarlo claramente. En todo caso, confío en que las virtudes que tenga la novela salven o compensen sus posibles deficiencias.
ECDP - Por supuesto que esa cuestión estructural no interfiere en las virtudes que presenta la novela. Por cierto, ¿por qué te decidiste por ese fenómeno paranormal, por la telepatía, para dar un cierre a la novela y explicar el porqué de los acontecimientos que han tenido lugar? Aquí, en tu libro, puede decirse que la telepatía se erige como un elemento negativo. Tenemos autores como William Burroughs que la consideran una herramienta para conseguir la liberación personal, aunque en ocasiones también habla de ella en discursos delirantes sobre las investigaciones en materia telepática durante la guerra fría…
MM - La solución de la novela no fue buscada durante la marcha, sino que era la idea de partida: la de un hombre impedido, libre de toda sospecha, que es capaz de manipular a los otros con su mente. (Bueno: a lo mejor estamos destripando el argumento ante futuros lectores.) Esa idea inicial ya es absolutamente negativa de por sí: la telepatía vista como una forma de poder, puesto que el poder, como dijo Sartre, es una de las formas del mal. Naturalmente, era difícil afrontar una historia así sin caer en el ridículo, por eso la rodeé de toda serie de elementos (impropios de la literatura fantástica) que contribuyeran a su verosimilitud.
En cuanto a Burroughs, creo que todo en él es delirante.
ECDP - ¿Qué hay de Lovecraft en esta novela? ¿No crees que este autor está en una posición marginal dentro del canon literario?
MM - No me avergüenza reconocer que he disfrutado y aún disfruto con numerosas obras de Lovecraft. Quizá no haya en esta novela nada inspirado claramente en Lovecraft, pero a lo mejor sí he logrado captar algo de su atmósfera. Me gustaría que fuera así. Por supuesto, Lovecraft se halla fuera del canon: no olvidemos que escribía en revistas pulp y que dio a luz más de un bodrio; los críticos más reputados nunca podrán tomar en serio a Cthulhu y todo su panteón de dioses fangosos y tentaculares. Pero sus mejores obras no creo que tengan nada que envidiar a las de Poe, sino al contrario; pese a ello, Poe sí pertenece al canon. Lovecraft, no.
ECDP - En tu caso, te has llegado a confesar un lector devoto de Bioy Casares. ¿Qué puedes decirnos de un libro tan paradigmático como “La invención de Morel” en algún momento, un relato al que incluso yo mismo he podido considerar reiterativo en su narración, que parece que no avanza hacia ningún sitio pero que, en realidad, abre múltiples posibilidades a la literatura?
MM - Bioy Casares es para mí un maestro, dado que he aprendido de él (sobre todo de él) uno de los principales mecanismos que acostumbro a emplear: situar un elemento fantástico en un entorno muy cotidiano, incluso un poco ridículo o esperpéntico. La invención de Morel, pese a la fama y al prólogo de Borges, no es una de mis obras preferidas; hace mucho tiempo que la leí, y me parece recordar que no abunda en ella uno de los elementos esenciales de Bioy: el humor. En ese sentido, me gustan más otras novelas como El sueño de los héroes o Plan de evasión y, sobre todo, sus relatos fantásticos: entre ellos hay seis o siete que bastarían para asegurarle a Bioy un puesto en el canon (que es como ahora, Bloom mediante, se llama al parnaso).
ECDP - Sigamos con otros escritores. Tengo entendido que te gusta Asimov. ¿Eres lector de ciencia ficción? ¿Encuentras diferencias entre literatura fantástica y ciencia ficción? ¿Por qué suele marginarse a los autores de ambos géneros de las listas de escritores influyentes o de prestigio?
MM - Fui un asiduo lector de ciencia ficción en mi adolescencia, sobre todo de obras de Asimov, pero desde los dieciocho años, en que descubrí a García Márquez y me incliné por la literatura digamos más seria, o más elaborada, apenas la he leído. Sigo gozando como un cosaco de las películas del género, incluso con las más mediocres; sin ir más lejos, la semana pasada disfruté con una película que resistiría pocos análisis críticos: Aliens vs. Predator 2. En cambio, en libro apenas me resultan soportables nuevas tendencias como el cyberpunk. Entre lo mejor que he leído en los últimos años está el primer libro de la saga de Hyperion, sobre todo, el episodio protagonizado por un sacerdote católico en conflicto con una raza alienígena.
El problema de los géneros es que se tiende a meter en el mismo saco a autores mediocres y autores solventes. Los primeros abusan de convenciones y clichés, contaminando así a todas las obras del género, que son repudiadas en bloque por el lector que rehuye tales clichés. Si tomamos el género de la fantasía épica, está por un lado El Señor de los Anillos y, por otro, todos los bodrios infumables que se han escrito bajo su sombra. Pero en los estantes de las librerías todos aparecen juntos.
ECDP - ¿Te interesa la ciencia ficción? Me refiero a si has pensado alguna vez en escribir relatos dentro de este género.
MM - Como puede deducirse de las preguntas anteriores, por supuesto que me interesa la ciencia ficción. Lo que me planteo es cómo escribirla desde España y con dignidad. Es realmente difícil hacerlo. He osado escribir una novela del género, que ahora mismo anda dando vueltas por las editoriales. No sé qué pasará con ella.
ECDP - Si retomamos alguno de tus cuentos, podemos encontrar en “El hombre del lago” (“El amigo de Kafka”, premio Tigre Juan 2002) cómo dos momentos temporales diferentes (uno tiene lugar en 1900, otro en 1936) se superponen en una suerte de acontecimiento cronológico de carácter fantástico. De hecho podemos hablar de un desdoblamiento de uno de los personajes. Es algo que a veces he comprobado en la literatura de Philip K. Dick (por ejemplo en “Ubik”), una especie de desarticulación del tiempo. No sé si eres lector de los mundos delirantes y paranoides de este autor, pero si lo fueras me gustaría que nos contaras qué te parece su obra (Primero dinos algo respecto a tu cuento, por favor).
MM - Respecto al cuento, parte de una idea que ya había intentado desarrollar en otras ocasiones: la de una puerta interdimensional. Como suelo hacer, lo ambienté en un entorno absolutamente impropio del género: la guerra civil española (aún no se había rodado El laberinto del fauno). Es en buena parte un relato escrito por intuición. Luego, a posteriori, he detectado algunas influencias en él: una novela de Asimov (creo que El fin de la eternidad) en la que un viajero en el tiempo se ve fugazmente a sí mismo, y el final de 2001, en el que el astronauta Bowman se contempla también a sí mismo a medida que envejece.
Hace poco leí la biografía de Philip K. Dick y, realmente, sus desequilibrios eran más agudos de lo que yo creía. Dick es un gran creador de argumentos de sesgo paranoico que, probablemente, reflejan una inquietud común a todos los seres humanos (aunque en su caso, muy acentuada): la prueba de ello es que sus libros han dado lugar a películas que no sólo son magníficas, sino que además han conocido un enorme éxito de público. Lamentablemente, era muy descuidado escribiendo, y aunque en sus obras se aprecia que podía tener buen estilo, el resultado final me parece bastante desmañado.
ECDP - La fantasía, la creación de otros mundos, las fracturas en la existencia que anuncian otras manifestaciones de la realidad. ¿Por qué crees que es necesario crear otra realidad a partir de la literatura, con la literatura?
MM - La palabra “necesario” es excesiva, ¿no? Necesario es tener algo que comer todos los días y cosas por el estilo. Digamos, más bien, que es placentero crear una realidad alternativa, porque toca alguna escondida fibra del ser humano. No importa si se hace de forma oral, a través de la literatura o a través del cine: son sólo diferentes medios para alcanzar el mismo fin. Creo que todos tenemos, en el fondo, la intuición de que nuestra propia existencia y el universo en general son cosas extrañísimas, y la fantasía es quizá un modo de subrayar o de plasmar nuestra conciencia de ese extrañamiento.
ECDP - Y para terminar: Ya he leído en alguna entrevista que te han hecho en la que diferencias entre “fantasy” (género que sitúa la acción en un mundo fabuloso) y “lo fantástico” (aquella narración que introduce elementos fantásticos en un ambiente cotidiano). Dicho esto, juguemos un poco. ¿Puedes ofrecernos un “micromanifiesto” en el que se disuelvan las fronteras entre la literatura realista y la fantástica?
MM - Bueno, espero que a estas alturas de la entrevista no quieras que te escriba un decálogo o algo así. Yo diría que, cuantos más elementos fantásticos nos obligue el autor a asumir, más nos distanciamos de la historia. Sólo podremos disfrutar realmente de ella si nos es servida de modo que lo fantástico se deslice poco a poco en lo cotidiano, hasta resultar vagamente verosímil. Hace poco hice el esfuerzo de leer La materia oscura, de Pullman, y me resultó insoportable, porque desde el principio había que admitir que cada persona tiene una especie de animalejo revoloteando a su alrededor (un daimon) que actúa como su conciencia o algo parecido. Podrían ponerse muchos ejemplos, y también en el sentido contrario. Así, en El Señor de los Anillos hay muchísimos elementos inverosímiles; el acierto de Tolkien está en haber contrapuesto a toda esa parafernalia épico-fantástica el mundo vulgar y cotidiano de los hobbits, al parecer, trasunto de la sociedad inglesa. Por eso, y por el humor, Tolkien es abismalmente superior a todos sus epígonos.